Lincy Acosta

Tatiana y Julieta

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Anonymous
Jul 18, 2017 03:24 PM 0 Answers
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Cuando le abrí la puerta a Julieta me impresionó lo largas que se veían sus piernas. No la recordaba tan alta, ni tan rubia, ni tan segura de sí misma. Instintivamente quise darle un beso en la mejilla, pero antes de acercarme, ella me extendió la mano y me saludó como lo haría una representante de ventas. Su formalidad me hizo dudar por un momento, pero su sonrisa alivió un poco la tensión y le indiqué el camino hacia la sala.

 

Caminando detrás de ella pude detallarla aún mejor. Sus piernas comenzaban bajo una falda de jean muy corta y terminaban en unos zapatos altos amarrados con cintas en las pantorrillas.  Llevaba el pelo suelto, ligeramente ondulado casi hasta la cintura, una blusa blanca, algunos accesorios de fantasía y un gran bolso negro.

 

En la sala nos esperaba Tatiana, con una copa de vino que no había ni probado. Cualquiera que la conozca como yo, sabe que es lo que hace cuando está nerviosa: ocupar las manos con algo. Se paró rápidamente extendiéndole la mano a Julieta para presentarse.

 

- Hola, soy Tatiana.

 

Ambas se miraron con detalle, como lo suelen hacer las mujeres hermosas. Tatiana estaba descalza y se veía mucho más bajita que Julieta.  Llevaba una blusa vino tinto con los hombros descubiertos y una falda pitillo negra hasta las rodillas.  Acabábamos de ducharnos, su pelo todavía estaba un poco mojado y no tenía maquillaje ni joyas.

 

Julieta se volteó hacia mí con expresión seria.

 

- ¿Esto es un trío?

 

Obvio que era un trío.  Llevábamos meses planeándolo. Se lo conté el día que la conocí en la discoteca mientras me hacía su rutina de baile. Se lo dije cuando la contacté por whatsapp hace un mes y negociamos la tarifa. Lo volví a mencionar el día anterior al concretar la cita.

 

- Sí, es un trío. Dije firme pero cordialmente mientras Tatiana me miraba con cara de ¿en serio?

 

- OK, pero la tarifa es distinta. Respondió con un poco de desconfianza.

 

- No, ya la habíamos acordado, yo te lo dije varias veces.

 

Dudó un poco, pero finalmente aceptó hacerlo. Tatiana nos ofreció algo de tomar y los tres nos sentamos en la sala, como si estuviéramos atendiendo una visita cordial.  Julieta empezó a explicarnos las reglas siguiendo una rutina de azafata y mirándome exclusivamente a mí: nada de besos en la boca, no me hacen sexo oral, no le hago a ella, a ti sí, pero con condón, penetración sólo con condón y tienes que cambiártelo entre las dos.  La tarifa es por hora o fracción.

 

Cuando terminó, me pareció prudente tener también alguna regla de nuestro lado, pero sólo atiné a decir: Ok, nosotros no usamos drogas ni permitimos que tú las uses.  Una vez claras las reglas, cada uno tomó un trago de su bebida, como si acabáramos de sellar un pacto.

- Es nuestra primera vez, así es que necesitamos que nos guíes. Dijo Tatiana mientras hacía un gesto coqueto.

- mmmm no es que yo tenga tampoco mucha experiencia. He hecho un par, pero con amiguitas mías...

- Nosotros llevamos juntos varios años, no tenemos tus restricciones, así es que va a ser más fácil…

Tatiana seguía hablando sin escuchar a Julieta.  Otro comportamiento suyo cuando está nerviosa.  Ambos lo estábamos.  Durante años habíamos hablado de esta fantasía que compartíamos los dos, pero sólo hasta ahora nos atrevíamos a concretarla.  En las últimas semanas, nos burlábamos de lo que sería la logística del trío: quién con quién, cómo, en qué ángulo, qué hace cada uno, habíamos visto películas y videos, intentando entender cómo manejar la situación.  Para mí estaba claro desde siempre que la prioridad era que ella se sintiera bien, que lo disfrutara, que viviera la experiencia con curiosidad y por encima de todo que tuviera mucho placer.

 

Por un momento dejé de prestar atención a lo que hablaban y me concentré en mirarlas a ambas.  Julieta era tan joven, tenía probablemente la edad de Tatiana cuando nos conocimos, unos 22 años.  Su rostro era dulce y sereno, a pesar de tener una nariz grande que disimulaba con maquillaje y seguramente un pasado difícil que la había llevado a tener este trabajo.  Tatiana, en sus cuarentas, se veía atemporal, con la expresión de una mujer madura, pero siempre coqueta y alegre, como si aún fuera una adolescente.

 

De repente el silencio fue evidente.  Ambas me miraban como si yo tuviera que decir algo y ni siquiera sabía de qué estaban hablando.  Tatiana sonrió entendiendo lo que estaba pasando por mi cabeza y tomó la iniciativa, llevando a Julieta de la mano hacia la habitación y sin soltar su copa ya casi vacía.  Definitivamente tenía más sentido práctico que yo en cualquier situación de la vida.  Las seguí, llevando mi vaso de whisky y la cerveza de Julieta.  Me recosté en la cabecera de la cama, Tatiana se arrodilló detrás de mí, entre mi espalda y las almohadas, y empezó a desabrocharme la camisa.  Julieta comenzó a desvestirse, se deshizo de la blusa y se desamarró los zapatos, la ayudé a quitárselos, se bajó la falda y quedó sólo con un brasier blanco y unas tangas negras de una marca barata.

 

Tatiana se paró para recoger cada prenda que nos íbamos quitando, doblándola y organizándola sobre una de las sillas.  Julieta me desabrochó la correa y entre ambas me sacaron los zapatos y el pantalón.  Rápidamente me quité las medias, recordando los consejos sobre cómo ser sexy con dos mujeres en la cama.  De repente, caí completamente en la realidad del momento.  Allí estaba yo con dos mujeres hermosas.  Esto realmente estaba pasando.

 

Julieta se sentó a horcajadas sobre mi cadera y comenzó a moverse rítmicamente por encima de mi pene que ya estaba completamente erecto.  Rápidamente le desabroché el brasier y vi por primera vez sus senos pequeños, casi de niña, mientras Tatiana, aún vestida y arrodillada detrás de ella, la besaba en el cuello y los hombros, mirándome fijamente.  Todo era aún más intenso y perfecto de lo que había imaginado.

 

Tatiana se quitó la blusa y Julieta la ayudó a deshacerse de la falda.  Ahí estaba “mi chica” con su fina lencería blanca que había comprado específicamente para la ocasión.  Arrodilladas, frente a frente, se quitaron mutuamente la ropa interior que les quedaba mientras se acariciaban con sutileza, descubriéndose y sabiendo que yo las miraba con el deseo de toda una vida.

 

Le di un beso a Tatiana mordiéndole los labios mientras ella hundía su lengua en mi boca.  La recosté sobre las almohadas mientras la seguía besando y Julieta comenzó a lamerle suavemente los pezones.  Tatiana hizo un gesto que inicialmente interpreté como dolor, pero que rápidamente descubrí que era su respuesta al placer infinito que estaba sintiendo, dándose cuenta que por primera vez otra mujer la estaba recorriendo, besándola en el abdomen, bajando hacia su pubis, acariciándola entre las piernas.

 

Julieta se acomodó sobre uno de sus muslos, moviéndose como lo hacía sobre mí y tocándose los pezones.  Tatiana le acariciaba las piernas y las nalgas, mientras en mi mente sólo pensaba que todo debería pasar en slow motion como en la canción de Trey Songz que estaba sonando en ese instante, como el sorbo de whisky que bebía lentamente mientras las miraba desde afuera de la cama, viéndolas disfrutarse la una a la otra, con sus veinte años de diferencia, con sus vidas completamente distintas, con sus cuerpos perfectos cada una a su manera, siendo espectador del placer de mi esposa, interpretando sus gemidos, sus miradas, sus movimientos, como si fuera la primera vez que la veía, sabiendo lo mojada y caliente que estaba.

 

Tatiana me pidió que le pasara su copa de vino y Julieta aprovechó para tomar un sorbo de cerveza.  Arrodillada sobre la cama, empezamos a chuparle los pezones, yo con fuerza y Tatiana con dulzura.  Nuestras manos se cruzaban en la espalda o en las nalgas de Julieta, mientras ella jugueteaba, acariciándonos la cabeza con las manos.  De repente, ambos nos miramos con morbo y nos empezamos a besar intensamente.

 

Julieta entonces se apartó, yo me recosté sobre las almohadas y le pregunté a Tatiana si quería montarse sobre mí, ella sin responder lo hizo y pude sentirla mojada, caliente y estrecha, mientras se movía muy lentamente, deleitándome con sus fluidos.  Con la mano derecha busqué el sexo de Julieta que se había hecho a un lado, como dándonos espacio.  Estaba húmedo y por un momento tuve que distraerme pensando en otra cosa para bajarle un poco la temperatura al deseo que sentía en ese momento.  Mi esposa aumentó un poco más el ritmo cuando Julieta empezó a acariciarle y lamerle los senos.  Se movía sensualmente, hacia delante y atrás, en círculos, de arriba a abajo.   Sin embargo, lo que más me ha gustado siempre de tenerla encima es la manera en la que siento que me succiona, cómo su vagina me atrapa en un beso intenso del que claramente no quiero escapar.

 

Los gemidos de Tatiana iban en aumento.  Su cuerpo sudoroso dejó de moverse, dándome paso para que yo llevara el ritmo.  Ocupándome completamente de ella la veía disfrutar de este momento, de la forma en que Julieta le acariciaba el cuello y la espalda, de mis manos sosteniéndole la cadera mientras la penetraba con fuerza.   Sentí cómo me apretaba aún más, cómo todos sus fluidos se desbordaban sobre mí, cómo con un aullido seco llegaba al máximo de placer.  Se recostó sobre mi pecho, abrazándome con todo el cuerpo y sin perder tiempo, me preguntó si quería ponerme el condón, sin embargo, era evidente que no tenía práctica sobre cómo hacerlo y Julieta se encargó de abrirlo y ponérmelo, para finalmente ofrecerse a mí agachándose en cuatro.

 

No sólo era mi primer trío, también era mi primera vez con una prostituta. Cuando Tatiana y yo tomamos la decisión de meter a alguien más en nuestra cama habíamos acordado que debía ser alguien desconocido que no volviéramos a ver. Consideramos muchas opciones, pero cuando vi a Julieta en la despedida de soltero de Pacho, tuve claro que sería la indicada. No me imaginaba a mi esposa con una mujer físicamente muy diferente a ella y ambas tenían una contextura similar de formas delgadas, sin curvas exageradas y cara bonita.  Julieta además era inflexible con sus reglas y eso me parecía importante.

 

Me arrodillé detrás de Julieta y pude verle por primera vez con total detalle sus nalgas redondas y firmes.  Tatiana se arrodilló detrás de mí, abrazándome y besándome el cuello mientras yo penetraba a nuestra acompañante.  Después del ritmo lento de los primeros segundos, Tatiana me incitó a que acometiera con mayor fuerza y profundidad.  Lamiéndome y mordiéndome la oreja izquierda mientras ponía sus manos al lado de las mías sobre la cintura de Julieta, me decía “cómetela amor, cómetela como siempre hemos deseado, es tuya y mía, dale con fuerza, haz que este momento sea eterno”.  Sus palabras me volvían loco, la piel suave de Julieta, las uñas rojas de Tatiana sobre su espalda, todo me hacía alucinar.

 

Sabía que mi cuerpo estaba cansado, pero sentía que quería y podía más.  Bañado en sudor, le di la vuelta a Julieta y la penetré con sus piernas en mis hombros.  Tatiana se acostó al lado de ella para acariciarla mejor, recorriéndola desde los hombros hasta el abdomen, sin dejar de mirarme intensamente. Eran dos diosas solo para mí y la experiencia más sensual de mi vida.  Julieta gemía suavemente mientras se mordía los labios, disfrutando de las caricias de Tatiana y de la profundidad de mi penetración se le escapaban expresiones de placer.

 

Tatiana se giró de medio lado dándole la espalda a Julieta quien de inmediato empezó a besarla en el cuello y a acariciarle los senos de una manera muy sensual.  Me quedé quieto por un momento mirándolas completamente atónito, lo que Julieta interpretó como que había terminado y se movió sacándome de entre sus piernas, me impresionó la agilidad con la que me quitó el condón que rápidamente fue a botar al baño.

 

Aproveché el momento para recostarme por unos segundos.  Tatiana se sentó sobre mi abdomen, dándome besos intensos y profundos mientras con las manos me acariciaba el cuello y las orejas.  Julieta, al regresar, se hizo cargo de mi pene que ya empezaba a mostrarse cansado, pero sus movimientos precisos, dignos de toda una profesional, lo pusieron rápidamente a punto para seguir y ella misma se encargó de ponerlo en medio de las piernas de Tatiana cuando ya estaba listo para continuar.

 

Esta vez los movimientos de Tatiana fueron rápidos y profundos desde el inicio y yo sabía lo que significaba, estaba lista para un nuevo orgasmo, casi la continuación del anterior aunque ya hubieran pasado algunos minutos.  Con una de mis manos en el sexo de Julieta y la otra en la cintura de Tatiana, podía sentir la conexión de tener a estas dos mujeres al tiempo, dedicadas a mí y decididas a darme placer, verlas disfrutando del momento, sentirlas gemir con pasión.  Definitivamente era un momento que no olvidaría nunca.

 

Tatiana reventó en una ola salvaje de placer, como no la había visto en años. Completamente bañado en sudor, sugerí que fuéramos al jacuzzi pero Julieta inmediatamente respondió que iba en contra de sus políticas así es que nos metimos a la ducha.  Tatiana empezó a enjabonarme dulcemente mientras Julieta nos observaba con atención.

- Ustedes se compenetran muy bien.

 

Lo dijo con un tono sincero, casi de nostalgia. Seguramente a su corta edad había tenido más parejas sexuales que nosotros en toda la vida, pero aún para ella era evidente que hay una conexión que va más allá del sexo, pero que a la vez lo alimenta y lo convierte en algo intenso y único.

 

Al salir de la ducha Julieta comenzó a vestirse y me di cuenta que ya había pasado una hora y no quince minutos como yo pensaba. Tatiana se pudo un Baby doll negro y llenó de nuevo su copa y la mía mientras nuestra invitada se terminaba de arreglar. Al momento de pagarle me aclaró que la propina no estaba incluida, lo cual me hizo gracia considerando la naturaleza de su servicio y que no había ningún intermediario.

 

Ambas se despidieron cordialmente, acompañé a Julieta hasta la puerta y antes de irse me sorprendió con un beso en la mejilla.

- Gracias Julieta, la pasamos muy bien.

- Yo también Sebas, gracias a ti. Espero que me vuelvan a invitar.

 

Guiñando el ojo y despidiéndose con la mano la vi alejarse por la calle. Era la primera vez que no me llamaba por mi nombre completo y fue la última vez que estuvo en nuestras vidas.

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